Mihee Jo nació en Seúl, Corea del Sur, en 1961.
Poeta. Traductora, profesora de lengua y literatura
coreana. Graduada de la D.Seoul Cultur Arts University y del National Institute
of Korean Language. Publicó los libros de poemas:
El eco colgado en
la luna creciente (2008), Che Guevara y brownies (2015). Obtuvo el
Premio, Asociación de Escritores Coreana(2006), Overseas Korean
Foundation (2007), Nuevos Talentos de Literatura en Corea (2008). Organizó el festejo
de los 50 años del establecimiento de relaciones diplomáticas entre Argentina y
Corea (2012). Preparó la antología de la literatura coreanas para el
marco de los 50 años de la inmigración coreana en la Argentina (2015).
Las escamas del pez de madera
El ayer y hoy se quitan la piel
y tiran a la basura una bolsa
llena.
Es el peso de anotaciones
imposibles de reconstruir.
Cuando pusieron contenedores
más altos que un niño en cada rincón del barrio,
las escamas atrofiadas de la
ciudad comenzaron a ponerse nerviosas.
El enorme contenedor de basura
que se traga la última
cucharada de comida es el almacén de provisiones de la tierra.
Después que el botellero se
lleva los peces más grandes en una red rala,
un niño colgado de una carreta
saca las botellas vacías usando su cuerpo como red
y los ojos del mochilero miran
de reojo entre la pobreza y la vergüenza.
Atardece en el orden silencioso
que lleva la sangre hasta los nervios periféricos de la urbe.
El contenedor es un criadero de
peces de madera de tamaño no reglamentario.
En los dormidos dedos de los
pies de la ciudad
los últimos rayos de sol forman
un charco.
Esa fuerza capaz de abrazar ese
olor que no es de perfume
viene del pecho vaciado del pez
de madera.
El contenedor con su tapa de
nube que se abre y cierra como un rumor enorme
es un manantial que crece
cuanto más se derrama.
¿Seguirá Evita ajetreada dentro
y fuera de la pobreza?
Si tenemos algo que vaciar es
porque estamos vivo.
Ahora me urge buscar algo más
para tirar.
Trátese con cuidado
“¿Por qué me
tratás de vos? Yo también tengo más de cuarenta...”
Una mujer que
cruzaba el umbral de esta edad se tropieza con las palabras.
La madurez se deja tentar
fácilmente por el tuteo y las palabras.
A veces el corazón
es una esquirla autodestructora
que se quiebra fácilmente y se
incrusta profundamente.
Las palabras afiladas suenan a
un golpe de gong largo y quebrado
y sufren del síndrome
defoliante de atacar su propio cuerpo.
¿Qué temperatura tendrán las
palabras vivaces que no se rajan?
¿Si se meten en la incubadora
las palabras nacidas con bajo peso
crecerán regordetas las células
de baja temperatura?
Sentada en una cafetería al
aire libre
me estoy encontrando con el día
de Van Gogh,
pero la cuarentona da vueltas
alrededor de la taza subida a una calesita.
¡Qué le voy a hacer!
Es mi culpa por haber escuchado
sus palabras.
Los ángeles siempre aparecen
con sus alas escondidas.
Una chica rubia a la que le
quedaban bien los vaqueros
pasa vestida con las palabras
que justo estaba necesitando.
En el pecho dice:
“Fragile”
y en la espalda dice:
“Handle with care”.
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